Pensando en fin de año y en el hecho de que la mayoría de nosotros disminuimos con algunas actividades y, si no es así, al menos dejamos de correr detrás de las miles de actividades y obligaciones anuales, me pareció interesante escribir sobre la necesidad de parar, pensar y actuar tal como lo proponemos con las emociones.
Muchas personas,
aún cuando están de vacaciones no pueden para con el activismo, porque este es
una manera de tapar dolores, enojos y angustias que no se quieren enfrentar,
por lo tanto deciden viajar porque en casa siguen con el ajetreo y vuelven al
trabajo más cansados que antes.
Otros sí pueden parar la pelota y que estos
días de vacaciones sean realmente de descanso, mental y físico además de tiempo
de calidad en familia.
Cualquiera sea la
personalidad de quien esté leyendo creo que es importante poder usar el
semáforo para hacer nuestra evaluación anual.
La evaluación no tiene que ver
con enfocarnos en lo que logramos o no, si el año fue positivo o negativo, sino
en pensar cuáles fueron los objetivos que me propuse este año, si los pude
lograr o no, que ajustes debería hacer para lograrlos el próximo año y qué
nuevos objetivos me voy a proponer.
Desde la
Logoterapia, Victor Frankl dice que el hombre no busca tanto la felicidad sino
el sentido de su vida, y cuando encuentra el sentido de la vida encuentra la
felicidad, más allá de las circunstancias de la vida. Este sentido de la vida
es como el mapa que marca nuestra vida y va iluminando las metas que nos
propongamos.
Es el para qué estoy en el mundo y para mí la respuesta es “estoy
en el mundo para dejarlo un poco mejor de lo que estaba cuando llegué”, en este
pequeño espacio de mundo que me toca cuidar.
En este sentido,
el primer paso para evaluar el año tendrá que ver con preguntarnos si conocemos
realmente cuál es el sentido de la vida. Descubrirlo no es fácil, pero si
podemos intuirlo pensando en nuestras preferencias, nuestros dones, en aquellas
actividades que nos producen sensación de plenitud y nos ayudan a trascender de
nosotros mismos. De allí surgirán las metas, las pequeñas paradas en el camino
para lograr cumplir con esta misión.
Para poder pensar
con claridad y profundidad es imprescindible el color rojo del semáforo:
PARO.
No podemos pensar si no tenemos la capacidad de frenar, no sólo nuestras
actividades sino también nuestros pensamientos del día a día, “poner la mente
en blanco” y dejar de lado los apuros cotidianos, si podemos salir de la rutina
de la casa mucho mejor, sino será necesario proponernos un momento donde poder
hacerlo.
Luego el semáforo
se pone en amarillo, y una vez que hayamos encontrado un lugar cómodo,
silencioso, podemos usar una música suave y cuaderno en mano hacemos un
recorrido por el año. Si tuve proyectos evaluar cómo me fue con ellos, si los
logré, si están en camino de ser logrados o si no pude llevarlos adelante, esto
me ayudará a analizar las dificultades que tuve para lograrlos y tener en
cuenta qué es necesario cambiar o mejorar. Si no tuve proyectos será tiempo de
tenerlos y no se trata de grandes proyectos pero sí de pequeñas metas que nos
lleven a ser mejores personas: visitar más seguido a un familiar, comenzar una
actividad física, comenzar esa actividad recreativa que llevo tanto tiempo
resignando, tener un apostolado o participar en una ong para ayudar a otros.
Acto seguido tomo nota de las acciones que debo realizar para lograr ese
objetivo. Dato importante: que los proyectos sean reales y en lo posible
medibles.
Y para terminar
el color verde, aquí comenzamos a llevar a la acción el o los proyectos que me
propuse. Lo importante, insisto en que sean objetivos reales y comenzar de a
uno.
A veces podemos
hacer esta parada a mitad de año para reordenarnos y volver a encarar las
propuestas de principio de año.
También es bueno
pensar en uno mismo, en cuánto crecí, cuánto pude mejorar como persona, cuánto
logré aunque no me lo haya propuesto, qué cosas debo dejar para no llegar a fin
de año sin energía, qué dinámica familiar debo mejorar para que haya un mejor clima
en casa.
Y que bueno poder
hacer este recorrido con nuestros hijos, en la mesa familiar que cada uno
cuente como fue su año, cuáles fueron sus metas y qué cosas piensan que pueden
mejorar.
Seguramente, de acuerdo a la edad, a los mas pequeños tendremos que
ayudarlos, por ejemplo: como fue tu año escolar, que aprendiste, que te
gustaría hacer el próximo año, en que te gustaría que cambie. De esta manera
vamos inculcando en ellos este hábito de proponerse metas, evaluarlas y
mejorarlas con el transcurso del tiempo.