Actualmente la complejidad de la vida moderna exige que las personas necesiten aprender y desarrollar una larga serie de destrezas y habilidades para insertarse en el mundo y permanecer en él. No solamente conocimientos y saberes teóricos , sino capacidades personales para relacionarse con sus semejantes, aprender valores morales y éticos que lo ayuden a ser cada día mejor persona.
Toda acción que tenga como objetivo la educación de la persona debe promover el desarrollo armónico de todas las dimensiones humanas , personales, socioculturales y trascendentes. Se trata de una actitud dinámica por parte del educador, capaz de exigir al máximo la realización de las virtudes sin dejar de lado las limitaciones personales del educando
Naturalmente es la familia la depositaria de esta responsabilidad, por tratarse del primer ámbito de socialización humano. Nacemos totalmente dependientes de nuestros padres para subsistir y aprender a vivir en sociedad. Pero la familia sola no puede, necesita de la escuela para complementar y ayudar en esta tarea que, desde sus comienzos, fue delegada y subsidiaria de la familia, debido a esta imposibilidad de los padres para asumir todas las responsabilidades formativas de los hijos.
Debido a la creciente complejidad de la vida moderna, la familia y la escuela ya no son las únicas depositarias de la educación de las nuevas generaciones.
Muchos actores y situaciones sociales influyen en las conductas y aprendizajes. Clubes, Centros culturales, barriales, etc. influyen también en la educación de las nuevas generaciones.
Como consecuencia de estos cambios, la escuela ya no funciona como delegada y colaboradora de la familia, sino que en muchos casos es depositaria de todas las responsabilidades que le competen a esta.
Estamos frente a una generación de padres que se siente desbordada y en muchos casos temerosa con respecto a la educación de los hijos.
A pesar de los cambios sociales producidos en los últimos años, no podemos negar que la familia es la principal fuente de educación y cultura, cuando en el interior de la familia hay intimidad, buena convivencia, comprensión, respeto y, sobre todo, amor entre sus miembros, sigue cumpliendo su vocación: encaminar a los niños y jóvenes a ser la mejor versión de sí mismos.
Por su parte la escuela está llamada a colaborar con la familia, al servicio de niños y jóvenes, ayudándolos a que asuman su propio destino. Para lograrlo es necesario que los docentes tengan verdadera vocación, sepan innovar para atraer a las personas a ser protagonistas de su propio aprendizaje, innovación, entendida como capacidad creativa para fomentar en los niños la curiosidad y el deseo de aprender. Educar no es sinónimo de instruir o transmitir conocimientos, educar implica sacar de dentro de la persona aquellas características que la hacen única para que pueda desarrollar la mejor versión de sí misma.
En un mundo donde los conocimientos están a un click de distancia, la escuela debe enfocarse por dar respuesta a todos los alumnos según sus motivaciones, lograr que adquieran las capacidades necesarias para desenvolverse de manera independiente en este mundo complejo, donde no importa tanto cuánto se sabe sino qué se hace con ese conocimiento.
Es imprescindible una alianza entre docente y alumno, donde prime el afecto, que genere un diálogo profundo y promueva el encuentro personal. Hacer de la escuela un lugar feliz, donde tanto docentes como alumnos se sientan cómodos y puedan desplegar sus capacidades personales. Y por otro lado es indispensable, aún más, una alianza entre la familia y la escuela que promueva el desarrollo pleno de niños y adolescentes en un contexto en permanente cambio.
No es suficiente que la familia deposite a los hijos en la escuela y delegue en los docentes funciones que a ellos les competen, como la educación en virtudes y valores. Pero tampoco es suficiente que la escuela se limite a transmitir conocimientos sin tener en cuenta las diferencias personales de cada alumno.
Padres y docentes deben poder dialogar sobre las necesidades de cada niño o adolescente con el objetivo de buscar el bienestar superior del mismo ante todo.
Será tarea de los docentes colaborar con las familias en la transmisión de algunos saberes, ayudar a promover la participación, la autonomía y la responsabilidad, evaluar el rendimiento escolar para poder conocer situaciones o factores que puedan interferir en él. Pero también de colaborar con los padres en la transmisión de valores, respetando los propios de cada familia.
En síntesis, la complejidad de la vida moderna hace que nos preguntemos constantemente qué lugar ocupan en la educación de niños y jóvenes, la familia, como primera educadora y la escuela como delegada y complemento de esta, cuando parece que todo atenta contra la formación integral de las personas.
Por todo ello hay que promover políticas familiares que fortalezcan el lugar primordial de los padres en la formación de los hijos y estimular las acciones colaborativas entre familia y escuela, formando alianzas y creando espacios formativos y de contención para los padres.
La educación puede cambiar la vida de las personas, el maestro tiene poder para cambiar a las personas.
A todos los maestros: GRACIAS! Porque tienen en sus manos el poder de cambiar el futuro de muchos niños y jóvenes.
Por Luciana Mazzei
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Bibliografía
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Otero, V. M. (2007). La Buena Educación. En V. M. Otero, La Buena Educación (págs. 51-73). Barcelona: Anthropos.
Vicente, M. M. (s.f.).
EN BUSCA del SENTIDO en la EDUCACIÓN. Buenos Aires: Insituto de Ciencias para la Familia - Universidad Austral.