Influencia educativa del papá en sus hijos (IV). Por José María Randle

Por Mag. José María Randle Profesor de Ética y Director de la Licenciatura en Ciencias para la Familia. Universidad Austral (ARG)

Una luz imprescindible. Influencia educativa del papá en sus hijos

Aportes de un padre: Autoestima inicial, moldeamiento de la afectividad

Mientras se secaba las lágrimas, consternado y preocupado, un papá me decía que su hijo le había comunicado que nunca se había sentido amado por su papá. Imaginen la angustia de ese padre, sabiendo por labios de su hijo que no había sido reconocido todo el afecto brindado por él hacia su hijo. Cuando entrevisté al niño, me manifestó que su padre en alguna oportunidad, había manifestado cierto peso por la educación suya, y él lo consideraba como una falta de amor hacia su persona. Evidentemente, ni el papá quiso manifestar esto, ni su hijo había interpretado lo correcto, pero aquella percepción había dañado al niño profundamente y ¿por qué? Simplemente porque es el padre el que afirma a su hijo y brinda el crecimiento del autoestima inicial, dando las competencias para amarse y para amar.

El paso inicial para esta maduración lo realiza el padre, contribuyendo al moldeamiento autoconstitutivo de la afectividad del hijo y, a su través, a la formación de su personalidad . Es decir, el padre colabora en el conocimiento personal de su propio hijo y colabora en el sano desarrollo de su autoestima por medio de la valoración positiva de su persona. El hijo se conoce por medio de los ojos de su padres, dónde se mira como en un espejo, y donde la caricia de aprobación por haber hecho correctamente un acto, como por ejemplo hacer sus tareas escolares, hace que el niño sepa que posee cierta capacidad para dicha tarea, aumentando esto su autoconocimiento y su autovalía.

Ahora bien, sería deficiente hablar de que solamente a este aporte lo realiza el padre, ya que es necesario el aporte de los esposos, tanto en la relación entre sí, como en la manifestada con su hijo. Son realmente, ambos, causa ejemplar de la educación de los sentimientos de sus hijos. Es en la complementariedad de los padres, en sus relaciones afectivas, en los abrazos manifestados públicamente, en el trato que se dispensan, etc. donde los hijos pueden observar los primeros trazos firmes, de donde brotará su afectividad en estado inicial o naciente . Escuela sentimental primera y principal es el amor entre los padres, donde los hijos descubren sus sentimientos y valoran los de los demás. Es por esto que los padres no deben tener miedo, ni ocultar, sus manifestaciones de afecto, puesto que al hacerlo, están educando en esta primera escuela de amor a sus hijos, dónde ellos verán el modo humano de amar.

Aún más, si un niño es afirmado por su padre, poseerá la capacidad de sentirse seguro en su ambiente primario, la familia, para luego sentirse seguros en la sociedad. De aquí, que aquellos que logren este equilibrio madurativo basado en su autoestima, podrán relacionarse interpersonalmente de manera sana y espontánea con el mundo que los rodea. Este tipo de comportamiento se da, la mayoría de las veces, sin ningún tipo de inconvenientes.

Ahora bien, estas relaciones con el mundo externo serán más ricas, desde el punto de vista afectivo, si fueron vividas en ambientes paternos basados en el cariño , donde la promoción de la competencia social es fortalecida por la consideración de los sentimientos, por el interés de sus actividades cotidianas, por el respeto personal a los distintos puntos de vista, en la valoración orgullosa de la mirada paterna, por el aliento y apoyo en los logros y fracasos. Demostrado está que estos niveles altos de afecto y cariño en la infancia asegurarán interacciones positivas entre adultos. Este modelo colaborará no solo a sus relaciones interpersonales sino a la adquisición de su código de valores. Puesto que los niños de padres cariñosos tienden a incorporar con mayor facilidad los valores paternos. Valores que serán transmitidos a su entorno social y a Dios. A no tener miedo de demostrar nuestro afecto por nuestros hijos, aunque ya no sean tan pequeños.

Transmisión de afectos y ateísmo

Un muchacho me decía que quería ser grande, para no tener que rezar, como su padre. Lamentable, pero cierto. Y es que nuestro afecto hacia Dios, también deriva de nuestro afecto por nuestro padre terreno.

Las imágenes positivas y negativas de la experiencia paterna, pueden ser trasladadas a Dios, a través de una interpretación proyectiva. Muchos adolescentes y adultos rechazan a Dios por no lograr equilibrar o tratar el conflicto interno de su imagen paterna . Porque sin una profunda vivencia filial, en el orden natural, frente al padre real o a un padre substituto, es, en términos normales, extraordinariamente difícil lograr una vivencia y una imagen consecuente de padre sobrenatural debido a la ley de transmisión de afectos, que puede y debe ser traspasada a Dios.

Aún más, el ateísmo reinante encuentra su raíz última en este fenómeno. Vivimos una época sin padres y, por eso, una época sin Dios. Si se pretende lograr la felicidad eterna y última, que es el mayor bien para un hijo, se deberá rescatar al padre de su lugar, para llevarlo a que vuelva a ser imagen de Aquél de quien procede toda paternidad, y de esta manera estos niños comprenderán que Dios es creador, misericordioso, justo, compasivo, etc. El padre no sólo es el instrumento de la gracia familiar, sino que es el modelo humano del Padre Divino. Esta es la mayor responsabilidad como padre, sin lugar a dudas.