El momento en que conocemos que esperamos una nueva vida, que seremos padres, está lleno de misterio. Un ser nuevo, único e irrepetible, se va formando silenciosamente en el seno de la madre.
Pareciera que el papá no participara de este momento que dura unos nueve meses, puesto que no lo sentimos, no lo vemos, no lo oímos, sin embargo el sí nos siente y nos oye, y de aquí en adelante su vida y la nuestra ya no será la misma, puesto que los aportes de un padre, aunque sean en la sombra, existen realmente.
Empecemos por el principio. Nos encontramos en el inicio de la vida misma del hijo. Luego de la fecundación, en la singamia, el material genético paterno y materno conforman una nueva persona humana con su propio código genético, autónoma e independiente. El aporte realizado por sus padres, si bien son 23 cromosomas, contienen diversa carga genética. El espermatozoide, célula aportada por el padre, posee la capacidad de formar el trofoblasto que servirá para la implantación uterina del embrión.
La placenta tiene dos componendas, o dos caras, una materna y otra fetal, la fetal es la aportada por el padre. El trofoblasto interviene en la implantación en el útero del blastocisto (embrión humano), inhibiendo la reacción inmunitaria producida por la madre, logrando que después de esta etapa se forme la placenta, que servirá como sostén, medio de alimentación, de seguridad inmunológica y tóxica, por medio de la separación entre la madre y el embrión. Es decir, ya desde su misma concepción, el padre aporta los tejidos que serán sostén, como la membrana amniótica , formará su placenta (cara fetal) para sostenerlo en alimento y será factor de separación entre la madre y el hijo por medio de la placenta misma. Estas mismas funciones, destinadas y programadas genéticamente, marcarán la función paterna en otras dimensiones, que quizá sin conocer, las lleva a cabo todo padre: sostener y asegurar, alimentar, y separar.
La separación puede ser considerada en su realidad física y afectiva. La primera ya es patente desde la formación de la placenta y la membrana amniótica. La segunda deberá esperar hasta el nacimiento y quizá unos meses después de éste. El padre rompe esa díada madre-hijo, separando al hijo de su madre, abriendo camino a la socialización primaria de éste. Por otro lado, colabora con la madre en la ruptura de ese instinto de amor posesivo por los hijos, que muchas veces afecta negativamente a los hijos. Es por esto que si fuese por la madre, el hijo nunca aprendería a andar en bicicleta o a realizar alguna actividad que implique algún riesgo aparente. Pero crecer implica riesgos. Y aquí entra el padre.
Además, esta función de separación, obrará de manera eficiente en la maduración e identificación de su propia sexualidad, separando al hijo de su madre y mostrando un mundo distinto hasta ese momento. Los niños y niñas están unidos emocionalmente a su madre desde el momento primero de su concepción. La mamá es el primer objeto de amor, según el lenguaje psicodinámico y es la madre la que va a satisfacer todas las necesidades primarias de sus hijos. En esa relación con su madre, las niñas desarrollan la identificación femenina. En el caso de los niños, deberán des-identificarse primero de su madre, para luego identificarse con su padre, en este proceso de identificación sexual.
Sexo biológico, psicológico y de educación
Es así que, la determinación del sexo, tanto cromosómico, aportando la “Y” de sus cromosomas sexuales (aportado sólo por el padre), como la identidad sexual psicológica y de educación o social está a cargo del padre. Por medio de la relación paterno-filial, tanto el niño como la niña, es que afirman su identidad sexual.
Con razón podemos afirmar, que la ausencia del padre en la maduración e identificación de su sexualidad traerá aparejado numerosos problemas, como por ejemplo la atracción por el mismo sexo (AMS). Fuentes , citando a G. van den Aardweg , nos dice: "Un chico puede llegar a sentirse menos masculino, menos viril, cuando ha sido educado de una forma sobreprotectora y de ansiedad por una madre entrometida, cuando su padre ha prestado poca importancia a su educación”. De hecho, la atracción por el mismo sexo, fenómeno hoy en día creciente, tiene, como una de sus causas, la deformación de las relaciones entre padre-hijo/a, madre-hijo/a. Nuevamente explica Aardweg : “En el 60-70% de los casos, la madre, de una forma u otra, ha sido demasiado interesada: sobreprotectora, dominante, entrometida, mimosa, intrigante o proclive a viciar. Ha tratado a su hijo como un bebé, o como su favorito, su confidente. Estas influencias han hecho al chico dependiente y débil, han sofocado su espíritu emprendedor, su coraje y su autoconfianza. Este tipo de madres transmite su actitud temerosa de la vida hacia sus hijos; una madre que quiere decidirlo todo por su hijo anula su voluntad y su iniciativa. ( …) Él será luego incapaz de salir de la atmósfera de seguridad y de mimo de su madre, y vuelve a ella tan pronto como el mundo exterior no le responde placenteramente (...)."
¿Cuántos son los padres que no conocen de esta influencia en sus hijos? ¿Cuántas son las madres que no dejan despegar a sus hijos? Indudablemente lo hacen con el fin de custodiar y cuidar a su hijo, pero muchas veces ocasionan un daño, difícil de reparar en algunos casos, por este amor posesivo.
Mamás, ¡dejen lugar a sus esposos para que sean los padres que necesitan sus hijos! ¡Amen a sus hijos a través del corazón de sus esposos, que es la medida necesaria en la entrega amorosa!
En el siguiente número veremos la función normativa de los padres y su relación con el aumento de hechos de violencia.