El primer jubileo que se celebró en el cristianismo fue impulsado por Bonifacio VIII, cuando declaró el año 1300 como “Año Santo” y “Año de perdón de los pecados”. Con los años, el jubileo se hizo una tradición para los católicos; al principio se hacía cada 50 años y luego, con el tiempo, fue variando hasta que se vio la conveniencia de hacerlo cada 25 años.
Esta celebración da inicio con la apertura de la “Puerta Santa”. El Papa se dirige a la Basílica de San Pedro para dar comienzo al jubileo y con un martillo da tres golpes a la puerta diciendo: “Abridme las puertas de la justicia; entrando por ellas confesaré al Señor”.
Este rito tiene un gran simbolismo: “al abatir la puerta con el esfuerzo, significa la dificultad del camino cristiano pero, al mismo tiempo, subraya que una vez traspuesto el ingreso se encuentra la grandeza extraordinaria del amor y misericordia de Dios”.
¿En qué consiste el Año Santo? Es un tiempo de gracia que concede la Iglesia en el que los fieles pueden recibir indulgencias plenarias cada día cumpliendo con todos los requisitos. Estas indulgencias pueden ser aplicadas para uno mismo o para un alma del purgatorio, nunca por una persona viva que no seamos nosotros; pero sólo se puede recibir una por día.
En el primer caso (para uno mismo) nos concede el perdón total de las penas (o castigo) que merecemos por nuestros pecados. Por cada pecado que cometemos, por pequeño que sea, merecemos una pena. La culpa se borra con la confesión pero la pena queda, a no ser que hagamos un acto de contrición perfecto (arrepentimiento por amor). Hay muchas maneras de borrar las penas en esta vida, y entre ellas es recibiendo una indulgencia plenaria.
En el segundo caso podemos ofrecer la indulgencia por un alma del purgatorio, algún familiar o ser querido difunto o algún alma que haya fallecido y lo esté necesitando. Si la recibimos podemos liberarla de las penas que sufre en el purgatorio por sus pecados y conseguir que entre en la gloria.
Ahora bien, ¿qué necesitamos para recibir una indulgencia? Ante todo, estar en gracia de Dios, es decir, libres de pecado mortal. Y para ello debemos procurar estar confesados, como mucho, 7 días antes de recibir la indulgencia. Y si no estamos en pecado grave, pueden ser también entre los 7 días después.
En el mismo orden de prioridad, debe haber en nosotros un verdadero aborrecimiento al pecado. Si bien somos débiles y caemos muchas veces al día, debemos luchar contra el pecado y no estar apegados a él, arrepentirnos de corazón y hacernos propósito de enmienda.
No en todas las Iglesias podemos recibir indulgencias, sino en aquellas que la diócesis ha nombrado como “lugar de peregrinación”; por tanto, es necesario poder informarse adecuadamente de cuáles son aquellos lugares que podemos visitar para recibir esta gracia.
Además de lo ya dicho, para ganar la indulgencia debemos rezar, por las intenciones del Papa, un Padrenuestro, un Ave María y un gloria; rezar el credo y recibir la Santa Comunión (mejor si es participando de la Santa Misa).
Además del año Santo hay en la Iglesia otras oportunidades de ganar indulgencias plenarias o parciales, señaladas a lo largo del año en fiestas o con motivo de prácticas de piedad.
Hacemos la diferencia entre indulgencias plenarias e indulgencias parciales porque en las plenarias se nos borran totalmente las penas y en las parciales se borra parte de la pena. El año jubilar otorga indulgencia plenaria a lo largo de todo el año.
Nunca fue tan fácil ganarse el cielo. La Misericordia del Señor es tan grande que pone al alcance de nuestra mano innumerables medios para alcanzar el cielo y la vida eterna para nosotros y nuestros seres queridos que ya han partido a la casa del Padre.
Y vos ¿te aprovecharás de este Año Santo?
Dominus Tecum.