Debemos poner de nuestra parte todo lo que está a nuestro alcance para que aquella maravillosa obra se realice. Y Dios hace el resto. Esto es: debemos contar con los medios ordinarios a través de los cuales Dios se sirve para santificarnos. Estos medios son accesibles a todos. Digamos los más importantes.
Principalmente debemos contar con una vida de oración, que será de acuerdo a nuestro estado de vida. No hay santidad sin vida de oración: el deseo de la santidad se sostiene por un amor intenso a Jesucristo, y no hay amor si no hay trato personal con Dios; para "parecernos" a Alguien debemos pasar tiempo con esa Persona. Si no puedo amar a quien no conozco, no puedo conocer a quien no trato.
Otro medio indispensable es la vida sacramental, es decir, Eucaristía y confesión frecuente. Si la santidad es una cuestión de amor, la Eucaristía es el Sacramento del Amor: es el Amor de los Amores quien se nos entrega y nos une Consigo. Jesús Eucaristía es la mayor fuente de santidad: en Ella han bebido todos los santos, de Ella han tomado fuerza y han crecido de día en día en sabiduría y gracia, a la par de un amor tiernísimo a la Virgen.
A su vez, la confesión es un sacramento de sanación que va sanando nuestra alma de las reliquias del pecado y nos otorga la gracia sacramental, una gracia especial para vencernos en aquellos de lo cual nos confesamos, sobre todo si hay auténtico arrepentimiento y si estamos dispuestos a luchar contra el pecado con verdadero propósito de enmienda.
En este sentido hay dos cosas que nos ayudan a crecer en santidad: por un lado, la lucha contra el pecado con verdadero aborrecimiento del pecado: cuanto yo más amo a Alguien más trato de evitar disgustarle, y si le he disgustado corro a sus brazos a pedirle perdón y a decirle que lo amo; y por otro lado la lucha por conseguir la virtud, siempre teniendo un motivo sobrenatural, es decir, haciéndolo por Dios y con la mayor intensidad posible, con el máximo amor.
Ciertamente la virtud no la alcanzamos de un día para otro, no se trata de una cuestión de magia... pero en esa lucha, en ese intentarlo una y mil veces ya nos estamos disponiendo a recibir la gracia de Dios, aunque mil veces seamos derrotados: "Santo no es el que nunca cae sino el que siempre se levanta". Y se levanta con nuevas fuerzas, con amor redoblado.
Para combatir el pecado y crecer en la virtud es necesario también una buena y sana formación doctrinal y espiritual. Tenemos el deber de conocer nuestra fe iluminando la inteligencia con la Verdad, que es Cristo, y fortaleciendo la voluntad en la conquista del bien, aunque sea arduo al principio: no es la Verdad la que se debe amoldar a mí sino yo a ella, aunque en ocasiones esto me duela. Para los católicos es de suma importancia ser fieles al “depósito de la fe”, esto es, a la sana doctrina cimentada en los tres pilares: las Sagradas Escrituras (bien interpretada, según los padres de la Iglesia, los doctores de la Iglesia y los santos), la tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia.
Otro medio es el sacrificio y la penitencia: no necesariamente se trata de hacer obras grandes si Dios no las pide (esto debe ser discernido con un director espiritual) sino de aceptar con fe y paciencia lo que la providencia divina dispone en nuestra vida y las pequeñas renuncias diarias, a no pretender que las cosas se hagan como yo quiero o como a mí me gusta sino al modo y tiempo de Dios y evitar el querer tener siempre la razón por encima de la verdad, en aprender a ser pacientes con los defectos del prójimo, y en ser coherentes con lo que creemos, etc.
Otro medio es tener siempre una mirada de fe para todo lo que acontece y valernos de todo: también de nuestras miserias para crecer en humildad y seguir luchando con paciencia, y sobrenaturalizar nuestro día a día, cada una de nuestras actividades, nuestras obras, ofreciéndolas y viendo todo con ojos de fe, como querido o permitido por Dios para mi bien, aún cuando no lo entienda.
Conocido es aquel medio de cumplir con fidelidad y de la mejor manera nuestro estado de vida y lo que Dios pide de nosotros, dando lo mejor de uno, no de manera mediocre. Pero no nos santificamos solamente haciendo bien nuestro trabajo, porque puedo ser excelente en mi trabajo y a la vez tratar mal a todo el mundo, y esto no es la santidad. Sin dudas el ofrecimiento del trabajo es muy importante pero no basta, debo luchar contra el pecado que me domina y debo “trabajar” para alcanzar la virtud, entre ellas la caridad y la humildad como las principales.
Nos consta en la vida de los santos, en su gran mayoría, que no prescindieron de la dirección espiritual. Esta debe hacerse con un sacerdote que tenga experiencia, que sea prudente y sabio, de buena doctrina; y en caso que no lo encontremos, puede suplir tener buenos amigos que nos ayuden a avanzar en el camino del bien y la santidad y ayuda mucho tener buenas lecturas espirituales y mirar la vida de los santos sin pretender copiar o ser "réplicas" de su vida porque cada uno tiene su propia historia de vida, circunstancia, contexto histórico, etc.
Ellos eran hombres y mujeres comunes y corrientes como nosotros, con los mismos límites, defectos e imperfecciones, incluso algunos con "historias de vida difíciles", pero que se dejaron transformar por la gracia. Nadie está “determinado” por su historia, y en este sentido somos libres de elegir nuestro propio camino, aunque nos “condicione” nuestra historia: allí está la lucha y los méritos que alcanza cada uno en la vida por conquistar el bien y la verdad porque, en todo caso, Dios se sirve, se vale, de nuestra historia para santificarnos. No hay excusa: ningún ser humano puede decir: "yo no puedo llegar a ser santo". Contra esto dice San Pablo: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta".
Dominus Tecum