Todos hacemos experiencia alguna vez de una protección sobrenatural e inexplicable en la que podemos constatar que hay alguien que nos cuida en nuestro camino, que nos sigue paso a paso, que vela incluso nuestros sueños.
Esta devoción no es sólo una bella tradición que recibimos como herencia sino una realidad en la cual creemos por revelación divina . En muchas partes de las Sagradas Escrituras se habla de los Ángeles y muchos de ellos han tenido una misión importante dentro de la historia de la salvación.
Pero también nos enseña la Iglesia, y así lo creemos, que a cada ser humano le ha sido asignado desde toda la eternidad un ángel custodio con la misión de conducirnos a la vida eterna, de librarnos de los peligros temporales y del mal.
En este sentido podemos decir que es un compañero de viaje que siempre está a nuestro lado, en las buenas y en las malas, que no se separa de nosotros ni un instante, ni siquiera si hemos perdido la gracia, lo cual le produce mucha tristeza.
Si bien nuestros ángeles no saben lo que pensamos intuyen muchas cosas de acuerdo a lo que nos conocen y Dios les hace saber lo necesario para mejor ayudarnos. De ahí la importancia de hablarles y contarles nuestras cosas, nuestras necesidades y deseos ya que ellos están contínuamente contemplando el Rostro de Dios y pueden interceder a nuestro favor.
No debemos reducir esta devoción a una etapa de la vida pensando que estas son historias para niños; sino que a medida que pasa el tiempo y nos hacemos adultos debemos apegarnos más a la necesidad de contar con esta ayuda y protección que Dios ha querido brindarnos y tomar conciencia de que la intervención de estas criaturas maravillosas nos han librado del peligro en no pocas ocasiones y sin saber nosotros cómo.
En este sentido, los padres, transmisores de la fe, deben ser los primeros promotores de esta devoción y persuadir dulcemente a sus hijos sobre la importancia que tiene el contar con su poderosa ayuda, ante todo en la lucha contra el mal y contra el gran enemigo del alma que es el demonio , el cual no es sino un ángel caído que renegó de Dios arrastrando consigo un tercio de ángeles.
Y así como no podemos dudar de la actuación de los demonios en el mundo mucho menos podemos dudar del poder otorgado por Dios a los santos ángeles para librarnos de las insidias del enemigo, invocando ante todo al príncipe de la milicia celestial, San Miguel Arcángel .
Hay, pues, una disputa entre Dios y Satanás, la disputa por nuestra alma, y Dios, en su divina providencia, ha dispuesto que los ángeles custodios nos cuiden en este peregrinar y sean nuestros aliados contra las asechanzas del mal.
Por tanto, no somos ajenos a esta batalla, al contrario, debemos darnos cuenta de esta tensión en el día a día y hacernos capaces de percibir esta ayuda divina que nos orienta por el camino del bien y la verdad para ser dóciles a sus inspiraciones.
Existe, entonces, toda una realidad espiritual que nos rodea y, aunque no la vemos no por eso es menos real y actúa mucho más de lo que nos imaginamos. Dios ha pensado en cada detalle y nos ha dado muchísimos medios para que alcancemos la salvación y gocemos eternamente de Su presencia.
Dominus Tecum