Estimados hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María y, en el Evangelio de la Liturgia, contemplamos a la joven doncella de Nazaret que, al recibir el anuncio del Ángel, se pone en camino para visitar a su prima.
Es hermosa esta expresión del Evangelio: «se puso en camino» (Lc 1,39). Significa que María no considera un privilegio la noticia recibida del Ángel, sino que, por el contrario, deja su casa y se pone en camino, con la prisa de quien desea anunciar a los demás esa alegría y con el afán de ponerse al servicio de su prima.
Este primer viaje, en realidad, es una metáfora de toda su vida, porque a partir de ese momento, María estará siempre en camino: siempre estará en el camino siguiendo a Jesús, como discípula del Reino. Y, al final, su peregrinación terrena termina con su Asunción al Cielo, donde, junto a su Hijo, goza para siempre de la alegría de la vida eterna.
Hermanos y hermanas, no debemos imaginar a María «como una inmóvil estatua de cera», sino que en ella podemos ver a una «hermana... con las sandalias gastadas... y con tanto cansancio» (C. CARRETTO, Beata te che hai creduto, Roma 1983, p. 13), por haber caminado tras el Señor y al encuentro de sus hermanos y hermanas, concluyendo su viaje en la gloria del Cielo.
De este modo, la Santísima Virgen es Aquella que nos precede en el camino -nos precede, Ella-, nos precede en el camino recordándonos a todos que también nuestra vida es un viaje, un viaje continuo hacia el horizonte del encuentro definitivo. Pidamos a la Virgen que nos ayude en este camino hacia el encuentro con el Señor.