Presencia permanente y substancial más allá de la celebración de la Misa y que es digna de ser adorada en la exposición solemne y en las procesiones con el Santísimo Sacramento que entonces comenzaron a celebrarse y que han llegado a ser verdaderos monumentos de la piedad católica”. (Del Misal Romano).
Muchos pagan fortuna por ver a un famoso jugador de futbol o un cantante de moda; sin embargo, al Rey de Reyes, nuestro Señor Jesucristo, a menudo le vemos sólo en los Sagrarios, en las Iglesias; incluso hay quienes han abandonado el precepto dominical, y en el fondo porque se va perdiendo la fe y el amor y porque el mundo se impone de tal manera que perdemos el atractivo de las cosas del cielo y de las realidades futuras que nos esperan.
Si de verdad creyéramos que en la Hostia Santa se esconde nuestro Dios ¿qué no haríamos por ir a visitarle, por acompañarle? Si Él se mostrase tal cuál es, con todo Su esplendor, caeríamos de rodillas para adorarle; pero es necesario pasar la prueba y el crisol de la fe y amarle no por interés sino con un corazón puro. Y son éstos, los puros de corazón, los que verán a Dios, según declara Jesús en las bienaventuranzas.
Resuena en los corazones ardorosos aquella gran declaración: “Y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. San Juan comienza así la narración de la última Cena en su Evangelio que, de hecho, lo hace desde otra óptica, distinta y complementaria a los otros evangelistas, poniendo el acento sobre todo en la caridad y el servicio. Es el amor y sólo el amor el que impulsó a Jesús a entregarse por nuestra redención. Por tanto, la Eucaristía será la máxima expresión del amor del Señor por ser el memorial de Su pasión, muerte y resurrección, y porque en la última Cena anticipa ya Su entrega en la Cruz.
Parafraseando, dice Santo Tomás de Aquino en su conocido himno Eucarístico _“Adoro Te devote”_ -Te adoro con devoción- que en la Cruz pasaba desapercibida la divinidad de Jesús pero en la Eucaristía no sólo está oculta Su divinidad, sino también Su Humanidad, escondida bajo las apariencias del Pan y el Vino, siendo así que la vista, el tacto, el gusto y todos los sentidos fallan y nos engañan al juzgar, mas la fe del alma fiel cree firmemente en este Misterio Santísimo y en todo lo que Él nos ha revelado.
Sin esta fe y sin estar en gracia o en amistad con Dios no podemos acercarnos a recibir a Jesús en la Comunión, donde está todo Él verdaderamente Presente, con Su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en las Sagradas Formas y en cada minúscula Partícula que se desprende de Ella. Es el Sacramento por excelencia por contener bajo las Sagradas Especies a Aquel que ni los cielos pueden contener, maravilla y encanto de los ángeles y de las almas pías. Allí se ha querido quedar escondido, prisionero de amor, humildísimo y muchas veces abandonado, despreciado y ultrajado. Pero Él es fiel a Su promesa de “estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo”. ¿Quién es, pues, capaz de comprender esta dignación del amor de Dios?
Por esto mismo el Sacrificio de la Santa Misa es el centro de la vida cristiana, gracias a la cual se renueva y actualiza la única entrega de Jesús en la Cruz por nuestra redención. En ella Jesús se hace realmente presente en el altar, no es un simple recuerdo de lo que pasó o un símbolo… es el Hijo de Dios hecho Hombre que se entrega aunque velado a nuestros ojos para que nos acerquemos a Él con confianza.
Los “amantes” de este mundo inventan mil formas para probar su amor por el ser amado. Jesús, el verdadero Amante, no tuvo mejor invención que quedarse con nosotros en la Eucaristía, realmente presente en todas partes del mundo donde se encuentre, en algún Sagrario, una Hostia Consagrada, esperando con paciencia que le amemos, que le miremos, que creamos en Él. Porque "amor con amor se paga".
Dominus Tecum