Si bien es reconocido mundialmente por sus escritos sobre sociedad y tecnología, por su aguda crítica a la mutación tecnológica en curso, su análisis sobre la hipertrofia del individualismo moderno y sus consecuencia
En su libro avanza década tras década, mostrando cómo algunas tecnologías no solo cambiaron la forma en que vivimos, sino también la forma en que pensamos y nos relacionamos con los demás. Dejo a continuación algunas líneas que resumen las principales tesis de la primera mitad del libro, centrada en la ampliación de la cultura subjetivista del yo encerrado en sí mismo gracias a las nuevas tecnologías.
El proceso de encierro en uno mismo.
Si bien Sadin encuentra las raíces del hiperindividualismo actual en los comienzos de la Modernidad, acelerándose en el siglo XX, es en los años 90 donde algo cambió radicalmente: la primacía sistemática por uno mismo”. Se impuso, hasta en los ámbitos espirituales, “la obligación de dar lo mejor de uno mismo continuamente” y culparse a uno mismo si los resultados son malos.
Fue creciendo una “búsqueda desenfrenada de la singularización de uno mismo con la única finalidad de desmarcarse de la masa”. Para el filósofo francés hubo dos acontecimientos que amplificaron este fenómeno exponencialmente: internet y el invento del smartphone.
En 2007 el advenimiento del teléfono inteligente permitió “una conexión espacio-temporal teóricamente ininterrumpida… propuso una interfaz táctil que reaccionaba sin tardanza a nuestros gestos, dándonos la secreta satisfacción de plegarse a la menor de nuestras órdenes”.
Y luego fue incorporando aplicaciones que se revelaron como guías para nuestras vidas cotidianas, “haciéndonos experimentar la sensación de ser objeto de una actitud solícita”, como si siempre alguien estuviera disponible para hacernos la vida más confortable y responder inmediatamente a nuestros deseos.
Para Sadin el smartphone contribuyó a que a gran velocidad y a gran escala se construyera una nueva forma de pensar y vivir, con un inimaginable y repentino aumento de poder individual, al mismo tiempo que se da un sometimiento dócil a las directivas y reglas impuestas desde fuera, sin cuestionarlas: “Ya no se trata de la misma relación con lo real, si nos recomiendan productos o servicios solo para nosotros, o si tenemos toda la música del mundo al alcance de la mano, o si somos invitados a dar nuestra opinión -que tomará estatuto público-, a propósito de tal restaurante o de tal hotel, o si podemos etiquetar lugares o personas, o hacer desfilar, con el dorso del dedo, rostros en una aplicación de citas, o bien “swipearlas” (deslizarlas) a la derecha (si uno quiere iniciar un contacto) o barrerlas hacia la izquierda (si nos son indiferentes); o si con algunos movimientos del índice en la propia pantalla, el chofer de un sedán viene hacia nosotros, casi de inmediato, a buscarnos a la puerta de nuestro domicilio…”. La relación con lo real ha cambiado profundamente, y en consecuencia con uno mismo y con los demás. “Encantados por el hecho de caminar de la mano de un compañero infalible y continuamente a nuestro servicio” (132).
Sensación de poder y menos libertad.
Una paradoja de este fenómeno es que al mismo tiempo que las persona se sienten más soberanos y poderosos que nunca con un smartphone, se someten cada vez más a controles que desconocen, entregando toda la información requerida y aceptando dócilmente las indicaciones de la IA que les asegura conocerlos mejor que sí mismos y saber cuáles son las decisiones que deben tomar.
Nos acercamos a nuevos procedimientos disciplinarios que “se valen de evaluaciones algorítmicas establecidas a distancia y en tiempo real”. La tensión provocada por esta situación crea una implosión en el individuo:
“Esta dislocación vivida por la mayoría entre, por un lado, la constatación de ya no ser dueño de uno mismo, de ser objeto de presiones permanentes en el ejercicio del trabajo, de ser confrontado con situaciones cada vez más brutales y precarias, de tener dificultades para llegar a fin de mes, de asistir a un continuo agravamiento de las desigualdades y a la disminución de los servicios públicos y del principio de solidaridad; y por el otro, el hecho de verse equipado con tecnologías que hacen más fácil la existencia, que dan acceso inmediato a la información, a la formulación de las propias opiniones, que ponen en relación a las personas entre sí y que dan además la sensación de que gozamos de más autonomía… ¿Cómo no entender los fermentos volcánicos que semejante tensión o dicotomía provocan permanentemente” (28).
¿Hay que publicarlo todo?
La catársis contemporánea en las redes parece ser una práctica que a muchos les salva de los padecimientos propios de nuestro tiempo. Hoy todos pueden narrarse a sí mismos ante los ojos de un amplio público, y ver que la más mínima expresión tiene repercusiones (likes, comentarios). Incluso se puede denunciar o señalar lo que no nos parece bien, o si estamos invadidos por el rencor o la rabia, atacar como en un escenario con público permanente.
Parecería que viva como se viva, o la experiencia que se haya tenido, se la puede reconstruir narrándola en las redes o “manifestar furia respecto de otras personas o de una situación pasajera, vengarse implícita o explícitamente de tantas humillaciones vividas, experimentar la descarga breve pero intensa para después encontrarnos, en cada oportunidad, como si saliéramos de misa, con el corazón limpio, al menos por un momento” (30).
Hoy no alcanza con vivir y experimentar las cosas, sino que hay que publicarla sistemáticamente, y parece que solo cuando se hace pública se hace valiosa. Esta es según Sadin la neurosis de nuestra época.
“La pasión por la expresividad ocupa ahora una posición no solo preponderante sino que tiene también por efecto relegar a un segundo plano todo deber de implicación en los asuntos comunes” (157).
El dogmatismo del “yo”.
Hoy es el propio “yo” la fuente única y válida de la verdad. La subjetividad se ha convertido en el prisma prioritario para verlo todo. La lógica interna de cada uno se vuelve la única forma válida de pensar y se abre una brecha con los otros y disminuye la confianza y la vida en común. Esto ha provocado formas crecientes de aislamiento social: “Por primera vez en la historia aparece una escisión de esa índole entre los individuos y lo que depende de una comunidad de destinos -podemos llamarla así todavía- constituida por relatos, representaciones, imaginarios, costumbres, maneras de vivir, reglas y leyes que tienen el valor de ser compartidas”.
El fin del mundo común no solo se percibe a nivel individual, sino también en sus consecuencias sociales y políticas. Cada vez que se habla de derechos humanos la referencia son derechos particulares de colectivos cada vez más particulares, y se abandona el reconocimiento y defensa de los derechos humanos fundamentales, como si fueran incluso de segundo orden. Se legitima socialmente la violación de un derecho humano fundamental, porque se entiende que se está defendiendo un derecho propio y singular. Se constituyen fragmentarias alianzas entre quienes se sienten unidos por lazos identitarios, que ni siquiera son étnicos o de tradición cultural, sino autoeditados, recreados constantemente como “opciones o estilos de vida”, pero que funcionan como resguardo de todo lo otro que es ajeno, incluso lo que hasta ahora era común entre los seres humanos.
Las reivindicaciones que hoy aparecen a nivel social “ya no destinadas a valer para todos sino a satisfacer nucleamientos de personas que estimaban haber sufrido (o ser todavía objeto de) ciertas injusticias y que pretendían de ahora en más obtener -por las buenas o por las malas- un resarcimiento de lo padecido” (33). Hay un estado de saturación extrema, por sufrimientos históricos y por desconfianza en estructuras sociales y políticas, alimentadas por la convicción de que se puede alcanzar los objetivos por los propios medios con alianzas tribales.
Nuevas formas de violencia
En las redes alcanza con expresar la buena conciencia, sin preocuparse por llevar a la práctica los valores que expresa. Se da muestras de integridad moral, de estar situado “del lado correcto” al mismo tiempo que se permanece -al menos para una amplia mayoría- al margen de las cosas. Es lo que también Byung Chul Han (En el enjambre), afirma sobre la pobreza del compromiso social actual, porque todos creen que se comprometen apoyando en las redes todas las causas posibles, olvidando a cada instante sus solidarios mensajes que no se concretan en nada. Así como tampoco se mide el impacto que tiene sobre las vidas concretas de las personas cuando se las ataca masivamente y sin ningún reparo en las redes sociales, porque se supone que es parte del derecho de cada uno a expresarse libremente sin límites. Se llega a pensar que sería falta de autenticidad limitarse por respeto.
El relativismo generalizado en el discurso también es fruto de que los usuarios no buscan más que hacer prevalecer su discurso, con desprecio y desinterés total por opiniones ajenas. Atacar ideas en las redes se ha vuelto una forma de atacar a las personas.
El abandono de la esfera común y las reglas compartidas, si se agravan, nos podrían hacer pasar a un desborde de grupos identitarios que compiten por imponer sus particularidades al resto, que hacen pensar en una atmósfera salvaje sin vuelta atrás, donde solo se desencadenan violentamente resentimientos contra los que se consideran enemigos y la afirmación visceral de uno mismo.
También aparecen nuevas formas de criminalidad, donde se puede llegar a ejecutar a alguien solo porque no comparte una forma de vida o un punto de vista, y por ello deben pagar el precio. “Son actos de un nuevo tipo que pueden incluso ser objeto de capturas de video por parte de sus autores y ser después difundidos en tiempo real, como un testimonio entregado a los ojos de todos para que por fin esos autores terminen haciéndose escuchar: como si su visión de las cosas, por ese acto, finalmente hubiera prevalecido” (34). No solo se diluyen los puntos de referencia compartidos, sino que se legitima la violencia en nombre de hacerse justicia a uno mismo como reacción a la indiferencia de los demás.
En este contexto cuesta mucho creer en proyectos colectivos porque todos se remiten a sí mismos sin apertura a perspectivas compartidas y dialogadas. “En este sentido, vivimos el advenimiento de un resentimiento personal a la vez aislado y extremo, y que sin embargo se siente en una amplia escala” (35).
¿Cómo responder políticamente?
Para Sadin el impacto de las nuevas tecnologías sobre la psicología individual y colectiva, apenas comenzamos a evaluarlo. ¿Hasta qué punto modificaron nuestra mentalidad redefiniendo el modo en que nos relacionamos con la realidad, con los demás y cuánto determinan la vida en común? Para el filósofo francés el nudo que se fue forjando poco a poco y que sigue estando bastante escondida es la representación inflada que cada uno tiene de sí mismo y desde allí se vincula. El pesimismo que le invade al autor en cuanto a las posibilidades de la vida común, son atendibles como riesgo y exigen una reflexión seria. En este contexto, ¿cómo responder?
“Haría falta que no fuéramos testigos pasivos de estos despliegues, llamados a generar fricciones crecientes -privadas o públicas- sino que nos ocupáramos a fin de que, día tras día, pueda volver a ganar terreno una razón que ratifique la pluralidad de las conciencias y que se preocupe por defender la ley infatigable de la equidad, el derecho y el justo reconocimiento de todos, así como la integridad y la dignidad humanas. Con toda seguridad se trata de uno de los desafíos políticos y civilizatorios más importantes de la nueva década…” (42).