Hace un tiempo que desde diferentes ámbitos se viene hablando de los cambios de las funciones familiares, de los diferentes modos de ser familia y de diferentes tipos de familia, en un intento por incluir en la definición de familia, algunos grupos humanos que no siempre cumplen las funciones de la familia y aún, aunque lo intenten, no tenemos seguridad de que lleguen a cumplirlas exitosamente alguna vez.
Así empezamos a hablar de padres divorciados, familias ensambladas, familias monoparentales, familias homoparentales, dependiendo de las condiciones en las que se encuentren los padres y las características que tengan como pareja. Nietos que se crían entre abuelos y tíos; padres, nietos y abuelos que comparten la vivienda pero donde, a veces, se confunden las funciones de cada uno. Situaciones todas donde lo que define la realidad familiar son los intereses, emocionales, psíquicos o económicos de los adultos, dejando poco espacio a las necesidades e intereses de los niños y jóvenes que deben adecuarse a estas realidades.
En esta varieté familiar, donde las condiciones las imponen los padres o los adultos a cargo, cabe preguntarnos ¿qué ocurre con los hijos, cuando no encuentran en estos modelos familiares, figuras paternas y maternas que los guíen y eduquen para afrontar la vida en el mundo actual?. ¿Qué ocurre cuándo no están claros los límites, cuándo unos inculcan unos valores y otros muestran disvalores.?
El interrogantes es si los valores, como la vida, la solidaridad, el compromiso, el respeto, etc. y las virtudes humanas: la prudencia, la templanza, la fortaleza y la justicia, han dejado de ser importantes, si son relativos al momento, lugar y personas que los enseñen y con estos interrogantes nos preguntamos si es necesario que las familias los enseñen y eduquen a las nuevas generaciones para que los vivan en plenitud.
Hoy los padres se preguntan ¿para qué hacer el esfuerzo si la mayoría ya no vive los valores y las virtudes en la sociedad? ser educado, responsable, comprometido, honesto, etc.… ¿pasó de moda? Y si todo esto pasó de moda, entonces la función de la familia ¿ha cambiado? Si ha cambiado ¿cuál es ahora la función de los padres?
En cualquier caso y cualquiera sea la configuración familiar, los padres y adultos a cargo de los niños siempre pueden lograr un sano desarrollo de vínculos que permitan a niños y adolescentes a crecer y desarrollarse en plenitud.
Separados, divorciados o no, siempre es imprescindible lograr acuerdos parentales donde lo que prime sea el interés superior del niño por sobre las emociones o sentimientos de los adultos. Aunque mamá y papá no vivan juntos pueden compartir los criterios de educación donde se transmitan valores y virtudes para desarrollar personalidades fuertes y con una sana autoestima.
Surge la duda de si la familia cambió porque cambió el hombre o si, por el contrario, el hombre cambia porque los modelos familiares han cambiado. Algo así como ¿qué fue primero, el huevo o la gallina?
Se escucha a muchos decir que el hombre ha evolucionado. A qué se refieren con esta “evolución”. Las nuevas generaciones ¿ya no necesitan un padre y una madre que los eduquen y cuiden? ¿Saben hacer uso de su libertad desde pequeños y la usan responsablemente? ¿Tienen desarrollada su identidad sexual?
Considero que para responder estos interrogantes debemos volver al principio.
Al principio de la historia y de la vida del hombre. Es necesario entender y reconocer las limitaciones del hombre, para comprender la importancia de la familia, constituida sobre la base del matrimonio, como eje fundamental en el desarrollo de la persona.
El niño nace indefenso, necesitado de cuidados materiales, pero también espirituales y emocionales . Es la creatura que necesita, durante más tiempo, el cuidado y afecto de las generaciones anteriores: durante años necesita el sostén que le brinda la madre o, en su ausencia, quien cumpla sus funciones nutricias. En este punto podemos aceptar que, cuando de alimentación y cuidados físicos se trate, cualquier persona puede cumplir estas funciones, pero el afecto y cariño recibido por los padres, abuelos, tíos (sean naturales o adoptivos) son tan necesarios como el alimento físico, para el pleno desarrollo personal.
Si analizamos detenidamente, hay algunas funciones en el hombre que son instintivas, pero muchas otras, como caminar, hablar, relacionarse con otros, son funciones que la persona aprende en el trato con sus semejantes. De ninguna manera puede por sus instintos aprenderlas, porque las aprende por imitación, viendo a otros caminar, escuchando hablar, compartiendo…
También la forma de relacionarse con el mundo es aprendida en el trato con sus semejantes. El hombre es social por naturaleza, no sólo para recibir afecto, alimento y seguridad, sino también porque en su sociabilización aprende a ser plenamente hombre , se conoce y reconoce como uno igual a los de esta especie pero singular y distinto en su individualidad. En el texto “La Sociedad redescubre a la Familia” se afirma: …en la familia se valoran las diferencias personales como una forma irremplazable de riqueza.
La realidad nos muestra cada vez con más crudeza la necesidad de fortalecer a las familias para que puedan cumplir con su tarea en el desarrollo de los hijos. Vemos con dolor cuántas personas salen heridas por probar diferentes tipos de uniones, donde el placer, el hedonismo y el egoísmo son las estrellas. Cuando “la cosa” no funciona abandonan el barco, pensando que esa es la solución; y la soledad, el rencor, el enojo y la frustración por no poder construir un futuro de a dos, se van apoderando de sus vidas.
Si hay hijos son las víctimas silenciosas de la incapacidad de los padres de donarse generosamente para llevar a buen puerto esa familia. En el mismo texto leemos: …una reflexión más realista, con la mirada puesta en las necesidades más permanentes de las personas y con la evidencia de los desórdenes que la ausencia de familia producen en primer lugar en niños y jóvenes, …, ha dado como resultado una renovada valoración de la función social de la familia…
Cuesta aceptar que las diferencias entre hombre y mujer no son un factor de separación sino de unión y complementariedad. Allí donde uno no es capaz el otro hace su aporte generoso y comprometido para el logro de objetivos comunes. Estas diferencias, además, son las que ordenan la sexualidad a la donación de sí y a la transmisión de la vida. “Hay una evidencia inscripta en nuestra misma corporeidad: el carácter esponsal de las diferencias está inscripto en nuestra identidad sexual.”
Tener hijos no puede ser solamente una elección personal o de pareja, dejarlo “para cuando estemos acomodados”. Los hijos son el fruto vivo del amor de donación dentro del matrimonio. Dos que se unen, se donan plenamente y ese amor es fuente de vida nueva. Amor que se hace servicio, que alimenta y ayuda a crecer.
Lo que interesa, para lograr esto, es reconocer lo propio del varón y lo propio de la mujer, en un autoconocimiento profundo , para poder valorar las diferencias y aceptar la diversidad como una potencia y no como una lucha de poderes o intereses . En este autoconocimiento, la madre aporta al hijo lo propio de su rol y de su personalidad como mujer y el padre hace lo propio. Es allí donde el hijo reconoce que, si bien son distintos, ambos son capaces de brindar amor y cuidados.
Ambos padres son capaces de educar, ayudando a cada hijo a ser la mejor versión de sí mismo, a auto conocerse y reconocerse en su ser persona, como varón o mujer, educando el cuerpo, la mente, el espíritu, los afectos, la socialización y la voluntad, para que sepan buscar la verdad y querer el bien, haciendo uso pleno y responsable de su libertad. En la familia se aprenden unos de otros cotidianamente , “…se aprende que cada persona es distinta de mí pero igualmente valiosa…. En el seno de la familia cada persona cuenta por sí misma y cada uno es realmente irremplazable.”
Por ello, para responder a los interrogantes planteados al inicio, es indispensable asumir que no podemos desconocer en la realidad humana el orden natural desde a vida del ser humano. Si todo en la naturaleza tiene un orden que le es propio, para cumplir plenamente con su función: las plantas tienen su tiempo para germinar y dar frutos, los animales los suyos para nacer, crecer y multiplicarse, no sería lógico ni racional pensar que en el hombre este orden natural no existe o que se puede aplicar en algunos casos o en un orden distinto al establecido.
La vida humana necesita seguir un plan, ordenado a su pleno desarrollo y ese plan está inscrito en su propia naturaleza personal. El plan no lo escriben los padres, abuelos o vecinos, viene escrito en cada persona y la familia debe acompañar el descubrimiento de dicho plan y en el desarrollo de las capacidades personales de cada uno, insistiendo en la adquisición de valores trascendentes y educación en las virtudes. Pero sin orden natural no hay desarrollo o el desarrollo no se plenifica porque alguna dimensión de la persona (social, física, afectiva, racional, trascendente) puede quedar olvidada o relegada por otras.
Pensar al ser humano como individuo sin necesidad de otro es un desvarío. El hombre se plenifica y descubre mirándose en el otro. Encuentra el valor de la libertad plena cuando es capaz de orientar su naturaleza al logro de metas trascendentes y en el servicio a los demás. Y el primer lugar donde la persona se desenvuelve es en la familia.
Allí también aprende las diferencias entre ser varón y mujer, también como fruto del orden natural y una vez más, mirándose en su madre, mujer y su padre, varón, logra su identidad sexual. Identidad necesaria no solo ordenada a la procreación sino también ordenada a un modo concreto de ser y estar en el mundo.
Por todo lo dicho creo que la familia hoy es tan necesaria como hace miles de años. Los niños siguen llegando al mundo necesitados de alimento, vestido y afecto; el amor de los padres que se manifiesta en una educación donde los roles están claros y los límites son sinónimo de autoridad y no de autoritarismo. Donde se respeten las individualidades y se ayude a sacar de dentro lo mejor de sí mismo. Volver a poner la mirada en los valores y las virtudes, como metas supremas de una humanidad que necesita hombres y mujeres que sepan amarse y amar a sus semejantes… Esa es la gran tarea de las familias de hoy y cumpliendo esta tarea a conciencia, con respeto por las diferencias y promoviendo la inclusión estaremos educando para la paz, paz que hoy el mundo necesita profundamente.
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