Luego de llevar adelante el estudio más extenso que se haya realizado sobre la felicidad en las personas The Good Life, los investigadores Waldinger y Schulz encontraron que la mejor fuente de felicidad es una red social activa. Es decir, aquellas personas que se centran en sí mismas no alcanzan los niveles de felicidad esperados, en cambio, cuando la búsqueda personal es centrada en la búsqueda de la felicidad del otro, las posibilidades de alcanzar el estado de plenitud son mayores.
De tal modo es así que “las personas más conectadas con la familia, los amigos y su comunidad son más felices y están físicamente más sanas”. De esta aseveración es que podemos decir que el lugar a donde se ama por el solo hecho de ser -amor ontológico-, aquel lugar donde se valora al otro, se cuida, se protege, se hace crecer, se estimula, se acompaña y se sostiene fomentará el desarrollo de personas más felices o con mayores posibilidades de ser feliz, y de alcanzar una vida plena. Este lugar sólo puede tener un nombre: familia.
Estos autores e investigadores de la Universidad de Harvard constataron, siguiendo la vida de 724 personas durante 80 años, que el aislamiento o segregación social tiene relación directa con una salud más deteriorada . Sin embargo, las relaciones humanas,
interpersonales, todas ellas (amistad, trabajo, club, entre otras), pero, especialmente, las familiares (aunque existiesen dificultades, roces, rencores, etc.) hacen más felices a las personas, incluso más que ganarse la lotería -pues esta sería pasajera-. Después de todo no estaba equivocado Saint Exupery, en su Vuelo Nocturno, cuando escribía “la calidad de un hombre se mide por la calidad de sus vínculos”.
Pero si nuestra felicidad depende directamente de las relaciones personales, especialmente las familiares, ¿por qué dedicamos más tiempo a otras actividades? ¿Por qué en nuestras prioridades quizás la familia no ocupe un lugar primordial? ¿Por qué existe cada vez un mayor individualismo, dónde sólo “importo yo, y luego yo mismo”? ¿Por qué cada vez más jóvenes y adultos prefieren la soltería, sin compromiso alguno?
CADA FAMILIA ES UNA FELICIDAD PARA CADA SER HUMANO.
Si bien no tengo la respuesta, se me viene a la cabeza lo que decía Miguel Benasayag, en su libro “La época de las pasiones tristes”, encontrando el origen en la libertad. En la antigua Roma, y esplendor del derecho romano, los esclavos eran aquellas personas, que, por derecho, no poseían vínculo alguno, ni con una patria, ni con un origen, ni con una familia. Eran simplemente individuos aislados de todo vínculo personal. En contrapartida, habiendo ya pasado unos miles de años, en pleno siglo XXI, muchos individuos consideran que el no poseer vínculos personales es lo que los hace más libres.
Encontrando así un alejamiento de toda responsabilidad social, tanto de modo personal -viviendo “su” vida- como en el orden institucional -donde todo aquello que posea ciertas normas y reglas es considerada como una cárcel y prisión-. El contrapunto es manifiesto: los esclavos de la Roma antigua eran des-vinculados de la humanidad y los “libres” de nuestro tiempo se auto-des-vinculan, voluntariamente, de toda relación que implique el compartir una intimidad con otro. Tanto en la una como en la otra realidad, la sociedad no puede alcanzar la perfección en cuanto tal, y las personas la felicidad , pues la sociedad humana depende del hombre y de su vinculación interpersonal en la búsqueda del bien común, ya sea temporal o trascendente.
Todo depende de nuestros vínculos. De aquí, podemos concluir que el mejor antídoto o mejor receta para la felicidad personal,
no es otro que el cultivo de vínculos humanos sólidos, cimentados en la empatía, en la percepción activa y en la gratitud. Y todo esto, sin mayores dificultades, se realiza de modo pleno en el ámbito de la familia. Pues la familia es el lugar donde se me quiere porque soy, donde se me ayuda a crecer, donde se me escucha, donde se me valora.
La familia es sin duda alguna el mayor factor protector y el más eficaz factor creador de felicidad humana.