Surge con claridad la caída de la “empresa celeste” que, de una posición de liderazgo en crecimiento en el primer período, se estanca en el segundo para caer estrepitosamente en el tercero y ser superada ampliamente por la mayoría de sus competidores.
Es de suponer que los accionistas de la “empresa celeste” al conocer este resultado exigirían un cambio profundo en la conducción operativa, en el modelo de negocio, en su oferta comercial, etc. porque se está frente a un fracaso estrepitoso e inevitable.
¿Quién en su sano juicio no haría esto para preservar sus activos? ¿No sería computado como irresponsable y desaprensivo quien no produjera un cambio profundo en la empresa para evitar un quebranto inminente?
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Si tan lógico nos parece esta actitud en relación a los recursos económicos ¿por qué a los argentinos nos cuesta tener la misma actitud respecto de un bien más preciado como el capital humano de nuestro país?
El grafico en cuestión no es el de una empresa, en realidad se trata de un comparativo entre países de la región respecto de la población con estudios superiores completos según rango etario, elaborado por Base de Datos Socioeconómicos para América Latina y el Caribe SEDLAC (Socio-Economic Database for Latin America and the Caribbean) conforme a la información oficial aportadas por los gobiernos nacionales que allí se comparan.
Queda reflejado el porcentaje de población que alcanzó graduación universitaria o superior en un período de análisis de medio siglo. Involucra a la población que inicio y finalizó su ciclo educativo completo transitando entre 16 a 20 años en el sistema educativo de su respectivo país para alcanzar un título profesional.
La graduación es el resultado esperado del sistema educativo formal para todos los ingresantes, alcanzar un objetivo satisfactorio; cuando ese resultado es débil nos está indicando un cierto fracaso del sistema. Vale aclarar que el indicador que analizamos no implica que quien no obtenga un título ha fracasado o que las deserciones en la carrera para obtener una profesión suma un error al sistema.
Si bien se trata de un indicador cuantitativo Nos da pistas suficientes para señalar algunos cuestionamientos a la calidad y pertinencia de la política educativa de nuestro país. Tengamos en cuenta que la educación estuvo en el discurso de todos los sectores políticos y que desde el inicio del período democrático no fueron pocos los intentos de introducir transformaciones en el sistema: Congreso Pedagógico Nacional, Ley Federal de Educación (1993) y ley Nacional de Educación (2006), de Educación Superior, de Fondo Incentivo Docente, de Ciclo Lectivo Mínimo, de Financiamiento Educativo, de Educación Técnica, a estas normas nacionales se suma las respectivas legislaciones provinciales y un sinnúmero de normativa reglamentaria y de programas, que lamentablemente no produjeron los mejores resultados.
La realidad termina cuestionando o al menos poniendo en dudas el modelo educativo que tenemos como sociedad.
Este marco educativo donde incluimos no solo el sistema formal, sino también la formación familiar, los valores que se transmiten y la masificación cultural no le sirve a nadie, o mejor dicho a pocos.
La desigualdad es notoria en el plano económico y desde allí impacta severamente en la educación, los chicos de familias más pudientes saben más que los pobres y esto crea grandes brechas actuales y futuras en el desarrollo de cada persona, de cada sector social y de cada región geográfica del país.
La educación en nuestro país dejo de ser una herramienta de transformación ascendente para convertirse en una reproductora de pobreza y de exclusión social y cultural
Las pruebas PISA investigan el nivel educativo de jóvenes de 15 años que asisten a las aulas en más de sesenta países diferentes, los resultados obtenidos indican que el 25% mejor preparado son hijos de las familias más ricas o de profesionales o asisten a las escuelas mejor equipadas. En Argentina solo la mitad de jóvenes de 15 años asiste a la escuela, el resto abandono el secundario o nunca ingreso, son los llamados ni-ni, ni estudia, ni trabaja. De los que asisten y fueron evaluados por las PISA y obtuvieron las mejores calificaciones entre sus compañeros están peor que los hijos de los más pobres, que va a escuelas peor equipadas de treinta de los países evaluados.
Frente a este genocidio educativo no hay manifestaciones callejeras, ni movidas mediáticas y menos aún sesiones especiales en el Congreso