Es innegable que
un hecho como este sacuda los corazones y se piense en el dolor de esa familia.
Todos en algún momento hemos sido víctimas de algún acto de delincuencia y esto
genera enojo e impotencia al no sentirse resguardados.
La frase “a
delitos de adultos, penas de adultos” deja entrever la incapacidad de la
sociedad para analizar el problema más allá del hecho concreto. Lo cierto es
que juzgar a los menores como si fueran mayores no resuelve el problema, muy
por el contrario lo agrava.
En un sistema
penal donde las cárceles están colapsadas y la violencia instalada es
impensable que adolescentes de 13 o 14 años puedan siquiera pensar en el daño
que hicieron y salir de allí con la convicción de no volver a delinquir.
Por otro lado no
se tiene en cuenta que a esta edad aún no se ha logrado un desarrollo cerebral
que permita tomar decisiones acertadas. El lóbulo frontal del cerebro,
encargado de la autorregulación y la toma de decisiones, termina de
desarrollarse alrededor de los 25 años.
Esto no implica que sean inconscientes,
lo que ocurre es que, de acuerdo a la madurez de cada individuo las habilidades
que aporta esta parte del cerebro se van desarrollando paulatinamente y con el
apoyo de adultos que sean capaces de enseñar a regularse y ser criteriosos.
A esto se suma la
propia incapacidad de los adultos que los educan. Ellos mismos, en muchos
casos, no han logrado el desarrollo pleno de sus habilidades morales y no
cuentan con los recursos personales para educar a otros.
Son niños que
nacen en condiciones desfavorables, la mayoría en condiciones de desnutrición
fetal, porque ya sus madres están mal alimentadas, la consecuencia es que sus
cerebros ya están en desigualdad de condiciones para desarrollarse plenamente
frente a otros niños.
La violencia y el abuso son moneda corriente y en sus
hogares robar, matar y consumir es lo cotidiano. Pocos logran terminar la
escolaridad y quienes lo hacen acarrean importantes déficits de aprendizaje, y
esto se debe a la falta de desarrollo cerebral, a que van a la escuela cuando
pueden y no tienen en sus hogares adultos que puedan acompañar sus procesos de
aprendizaje.
En estas
condiciones lo que aprenden es que robar es la forma de tener un plato de
comida y que la vida no vale demasiado. Crecen en contextos sociales donde los
valores no existen y solo se sobrevive como se puede a la pobreza estructural
que domina sus hogares.
La nena de 7 años
fue una víctima. Pero estos niños también lo son. Víctimas de un sistema que
los ve pero mira para otro lado, que emparcha el hambre con subsidios que no
logran callar sus pancitas vacías, siempre usaron ropa usada, mochilas rotas y
bicicletas viejas.
La solución no es
fácil. Son décadas de desamparo, desigualdad y maltrato familiar. Es imperioso
que se promuevan políticas donde las familias recuperen el valor por el trabajo
y el esfuerzo, que los padres aprendan a ser padres y recuperen su rol de primeros
educadores.
La respuesta es
proveer a estos niños un ámbito donde prime el amor y el respeto por la
persona, donde puedan desarrollarse física, psíquica y espiritualmente. Donde
reciban una educación en valores que les permitan ser personas de bien, que
valoren el esfuerzo y la cultura del trabajo. De nada sirve encerrarlos en
cárceles donde van a vivir en la violencia y el desamparo.
Lic Luciana Mazzei
Orientadora Familiar