Hasta tanto, entre estas dos venidas de Cristo, éste es un tiempo para reavivar la fe, la esperanza y el amor. Ciertamente dos son las venidas de Jesús. Pero podemos advertir una tercera venida, una venida que es ahora, una venida de Jesús al alma en gracia: “Mira que estoy a tu puerta y llamo”.
Se trata de una tercera venida que prepara las otras venidas de Jesús. Es el alma que está siempre en tensión esperando al Amado de su alma que no tarda en llegar. Y Jesús ya está viniendo a nuestra alma, viene contínuamente, y espera que le abramos: “si alguno me abre, entraré en su casa y cenaré con él y él Conmigo”.
Nos narran los Evangelios que cuando María estaba por dar a luz tuvieron que viajar con José a Belén para el censo, y de esta forma se cumpliría la profecía que anunciaba que el Mesías nacería en la ciudad de David.
Pero cuando llegan a Belén no encuentran lugar para ellos: “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; mas a cuantos lo recibieron les dio poder de ser hijos de Dios”.
El pesebre y la gruta de Belén han sido siempre para la Iglesia una imagen cargada de simbolismo, dándonos a entender la humildad del Salvador que elige a los humildes y sencillos porque los que están llenos de sí mismos no tienen lugar para acoger el don de Dios.
Él es el Emmanuel, el Dios con nosotros, que se ha hecho semejante a nosotros en todo menos en el pecado, que ha querido compartir la vida con nosotros, ser uno de nosotros y ser nuestro compañero. Él ha nacido en Belén y quiere nacer también en nuestros corazones, formar parte de nuestra vida. Porque cuando Él viene y es acogido no nos deja igual. Se produce un cambio interior, renueva nuestra existencia, la transforma.
Dios nos sale al encuentro en las distintas circunstancias de la vida, aún las dolorosas, y sólo nos pide acogida. Este tiempo es propicio para volver la mirada al Señor y dejarle entrar en nuestra vida porque quiere ser “Jesús” para nosotros, es decir: Salvador.
Él se ha hecho hombre para elevar al hombre a la dignidad de hijos de Dios, la más alta dignidad a la que podemos aspirar y “seremos semejantes a Él porque le veremos tal cuál es”.
Jesús, es verdad, ya vino y volverá; pero ya está ahora a la puerta y llama. Llama con los llantos de un recién nacido; llama con la ternura y suavidad de un pequeño infante; llama con los suspiros de un gran amador…
Y tú ¿Le abrirás?
Dominus Tecum.