La palabra lucha viene del latín lucta y este del verbo luctari (combate cuerpo-a-cuerpo) Si hablamos de luchar contra la violencia y nos remitimos a la etimología de la palabra, estamos diciendo que dos opuestos o por lo menos, dos que no están de acuerdo, deben enfrentarse para que uno venza.
El lenguaje nos
atraviesa, nos ayuda a expresarnos pero también, de alguna manera, condiciona
nuestras actitudes, pensamientos y acciones. Por eso es clave poder referirnos
acertadamente sobre cada idea.
Mejor sería
pensar en concientizar, que nos hagamos conscientes de lo que viven las mujeres
maltratadas y seamos responsables de su situación. Y prevenir, preparar a los
que vienen detrás nuestro para que estas situaciones de violencia continúen.
Si hablamos de
lucha, pensamos en dos que se enfrentan, quien ejerce violencia y quien la
recibe, quien se encuentra en situación de vulnerabilidad o desventaja con
respecto al agresor. La víctima sufre porque no puede o no sabe salir del lugar
de víctima, quedando con heridas profundas no sólo a nivel físico, sino también
a nivel psíquico y social.
Pero quien ejerce
violencia también sufre, aunque no lo sepa o no sea consciente de ello. Quien
ejerce violencia fue víctima de ella en algún momento y las heridas provocadas
condicionan hoy sus vínculos sociales en todos los niveles.
De ninguna manera
justifico la violencia, lo que intento es traer luz para que seamos conscientes
y promovamos la prevención de la violencia en nuestros ambientes.
Quienes han
sufrido violencia cargan con profundas heridas en su autoestima, autovaloración
y autoconocimiento, especialmente quienes la sufrieron dentro del seno
familiar. Quienes debían cuidarlos no lo hicieron y ellos aprendieron que, el
modo de vincularse es la violencia.
Mucho se ha
avanzado en el camino de la no violencia hacia la mujer, pero aún queda mucho
por hacer. Por ellas, por sus hijos y por la sociedad toda.
La violencia
ejercida contra cualquier ser humano es indigna y cruel, sea física, psíquica,
económica, doméstica o en el lugar de trabajo, nada, ninguna condición o acción
humana justifican la violencia. Pero la violencia hacia la mujer hiere
profundamente las entrañas de la humanidad, de quien la ejerce y de quien la
recibe, porque la mujer es el seno donde se concibe la vida, donde se gesta el
milagro de la vida naciente, la mujer es la que trae humanidad a los vínculos
sociales y es capaz de embellecer cualquier ambiente.
La violencia
hacia la mujer rompe los vínculos del hombre con la profundidad del ser. Las
heridas del trauma de la violencia condicionan todo el accionar de quien lo
padeció o padece. Y estas heridas no sólo quedan patentes en la psiquis de la
mujer sino también de sus hijos, testigos silenciosos del dolor.
Los niños que son
testigos de violencia intrafamiliar, también son víctimas y cargan con el
trauma que la violencia les provoca, pudiendo convertirse ellos también en
futuros “golpeadores” o continuando en el lugar de víctimas en un intento
desesperado de la mente por sanar aquellas heridas de la niñez.
La violencia está
instalada en nuestra sociedad, atraviesa países, credos, estratos sociales y
sexos. Pero es cierto que, históricamente la mujer ha sido víctima de todo tipo
de violencia, desde no considerarnos persona, hasta el trato como objeto, considerarnos
con menor inteligencia o avergonzarnos por salir a la calle con la cabeza
descubierta, relegarnos al interior de las cocinas y abusar en todas las formas
posibles.
Por todo ello la
reflexión que no convoca en este día nos lleva por dos caminos, que no son
opuestos sino que deben ir hacia el mismo destino.
Por un lado la
concientización de todos, como sociedad, de esta epidemia que nos atraviesa y
nos lleva a mal vivir, toda vez que no somos capaces de controlar el enojo y
respondemos violentamente a las conductas, acciones o palabras de los demás.
Por también denunciando cuando sabemos que hay una situación de violencia, de
cualquier índole, hacia la mujer, el silencio es el cómplice número uno de la
violencia.
Además es
necesario que todos los actores sociales trabajemos en la prevención, educando
a las nuevas generaciones y ayudando a sanar las heridas que la violencia dejó
en quienes hoy son victimarios.
Falta mucho
camino por andar, pero juntos podemos lograrlo.
Lic Luciana Mazzei
Orientadora Familiar