Ser solidario no tiene que ver sólo con darle algo de comer a quien no lo tiene, o ropa que ya no usamos. La solidaridad es una virtud mucho más profunda que implica un acercamiento real a la persona que sufre, interesarse por ella, quién es, qué le pasa, qué necesita.
A veces se piensa que dando un poco de comida o un billete al pobre que está en la puerta del banco, sin siquiera mirarlo, es solidaridad pero en realidad esta actitud sólo es un modo de callar la culpa.
Solidaridad es detenerse en él, mirarlo a los ojos y compadecerme de su dolor, acercarse a esa otra realidad, que interpela y moviliza, y en esto le estoy devolviendo su ser persona. En un mundo que cierra los ojos al dolor ajeno y adormece el propio, dejar de correr y detenerse frente a quien sufre devuelve la capacidad más humana: los vínculos.
El mundo clama, el hombre grita el dolor por la falta de vínculos que sanen el corazón. Amores que no son verdaderos y creíbles, ausencia de padres y madres que se ocupen y preocupen por las necesidades de sus hijos, matrimonios desvinculados porque el individualismo los lleva a hacer cada uno la suya. El hombre es principalmente vincular, el cachorro humano no sólo necesita comida y calor para sobrevivir, sino también vínculos que lo sostengan.
Frente a esta realidad se hace imperioso recuperar la virtud de la solidaridad y esto sólo puede hacerse de adentro hacia afuera. Desde la intimidad familiar hacia el mundo.
Enseñar solidaridad en la familia es fundamental para formar individuos empáticos y comprometidos con los demás, pero que además pogan al servicio de la sociedad sus habilidades, dones y talentos. Aquí hay algunas estrategias para fomentar la solidaridad dentro del núcleo familiar.
Los padres deben ser un ejemplo, los niños aprenden principalmente a través de la observación. Cuando los padres y otros miembros de la familia muestran comportamientos solidarios, como ayudar a un vecino, apoyar a un amigo en necesidad o participar en actividades comunitarias, los niños tienden a imitar estas acciones.
Enseñar a ser empáticos, hablar con los niños sobre cómo se sienten los demás en diferentes situaciones puede ayudarlos a desarrollar empatía. Preguntarles cosas como "¿Cómo crees que se siente tu amigo cuando está triste?" puede ayudarles a pensar desde la perspectiva de otra persona. Y por supuesto, los padres ser empáticos con sus hijos.
Involucrar a toda la familia en actividades de voluntariado o ayuda comunitaria es una excelente manera de enseñar solidaridad.
Esto puede incluir donar ropa o juguetes, participar en recolecciones de alimentos, o colaborar en proyectos de limpieza, pero también mostrar interés por la situación ajena, mostrar disponibilidad hacia el amigo necesitado.
No se trata de mudarse a Africa para dar de comer y curar enfermos, sino de ser presencia en lo pequeño y cotidiano y no sólo con lo material sino también con la donación del propio tiempo cuando alguien necesita ser escuchado.
Reconocer y reforzar comportamientos solidarios, validar las actitudes positivas y mostrar que las vimos, no dar por hecho que se debe ser solidario, sino felicitar y promover estas actitudes en los niños y adolescentes hace que quieran repetirlas.
Establecer rutinas de ayuda en el hogar, ayuda a comprender que a la sociedad la construimos entre todos y todos podemos hacer nuestro aporte para que el pedacito de mundo en el que vivimos sea un poco mejor.
Reflexionar sobre la solidaridad es una invitación a salir del propio yo, para salir al encuentro del pobre, del solo, del anciano, del niño.