Durante el primer gobierno de Carlos Menem como presidente de la Nación, su canciller Guido Di Tella acuñó la célebre frase de las "relaciones carnales" con la superpotencia de América del Norte.
Las relaciones carnales supusieron la apertura irrestricta de las importaciones, el quiebre de la industria nacional, el desmantelamiento de tecnología militar propia (misil Cóndor) cuyos planos debían ser entregados a los ingenieros militares norteamericanos, el inmiscuirse en una guerra - la del Golfo - que no tenía nada que ver con nosotros y trajo como secuela el terrorismo internacional a nuestras tierras y terminaron en una aguda recesión que derrumbó los sueños re-reeleccionistas del riojano.
Las privatizaciones de empresas públicas generaron un nicho de corrupción - el famoso "retorno económico" - que el encanto personal y la cintura política de Menem lograron tapar a pesar de las advertencias de muchos defensores de la soberanía nacional que debieron pagar un alto precio por ello.Recuérdese por ejemplo al Coronel Seineldín injustamente preso o a Saúl Ubaldini desplazado de la CGT y condenado al ostracismo político hasta su muerte.
Es cierto que el desastre económico de Alfonsín ayudó al riojano a lograr el encantamiento de la sociedad y la aceptación de sus ideas capitalizando el recuerdo de la hiperinflación radical pero era meridianamente claro hacia donde nos dirigíamos.
Javier Milei ha imitado la estrategia agitando el fantasma de "la peor crisis económica de la historia" heredada del inepto Alberto Fernández para lograr la aceptación social. Incluso ha recurrido a argumentos falaces como decir que a finales del S.XIX éramos la primera potencia mundial.
Lo que no dice Milei es que las ideas de Alberdi, de Mitre, de Sarmiento , desataron una persecución del gaucho para lograr excluirlo de un modelo socioeconómico para el que no se lo consideraba apto. El gaucho había heredado todos los defectos del indio y del español y ninguna de sus virtudes. Para colmo había adoptado la fe católica. Urgía reemplazar a esos supersticiosos militantes del federalismo y seguidores de caudillos por inmigración nórdica y anglosajona, traer maestras protestantes para que formen a los hijos de esos inmigrantes y que estos sean las manos que siembren la tierra conque alimentaríamos al mundo anglosajón.
Los dueños de la tierra irían a París a "tirar manteca al techo" y los gauchos a morir en los fortines y sus hijos a ser siervos hasta el final de sus tristes vidas. Lo denunció José Hernández en el Martín Fierro . Esa insensibilidad no exenta de crueldad que mostraron los padres del liberalismo argentino es la que está llevando a Javier Milei a aplicar recetas extremas caiga quien caiga.
Sueldos que se congelan, garantías laborales que se arrasan, tierra y recursos que se entregan sin limitaciones a cualquier plutócrata extranjero, mares que se entregan a la codicia de naciones inescrupulosas, permisos para que ejércitos extranjeros se enseñoreen en nuestro territorio, un DNU manifiestamente inconstitucional tanto en el fondo como en la forma, todo ello mezclado con algunas normas de sentido común en temas no económicos.
Es cierto que el kirchnerismo progresista arrasó con la patria , se ensañó con la familia y los no nacidos, promovió la droga y la holgazanería, destruyó la cultura del trabajo, el valor del esfuerzo y la educación, en síntesis, corrumpió lo que tocó, pero ello no hace del liberalismo una opción que respete nuestra identidad.
El Papa Francisco en el nº 155 de Fratelli Tutti nos enseña que "El desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos ".
Algo nuevo y distinto tiene que surgir . Una opción que respete nuestra identidad y nuestra raíz cristiana. Que articule las fuerzas productivas de la patria en una mesa compartida para todos los argentinos desde el primero al último. Algo se intuye, algo se entrevee. Cuidemos esa semilla de una Argentina nueva y antigua a la vez que quiere ser la cabeza de una cristiandad que cure las heridas de este mundo.