Lucio fue asesinado en la provincia de La Pampa por su propia madre y su novia, a los 5 años de edad. Esta pareja de lesbianas criminales –Magdalena Espósito Valenti, la madre, y Abigail Páez– mataron al niño luego de perforarle los pulmones, producirle quebraduras de brazos y dedos, violarlo y arrancarle los genitales.
Tal como lo pidió la Fiscalía, los celulares de las procesadas fueron abiertos y del contenido de los chats surgen “mensajes escalofriantes” y “castigos inhumanos” a los que Lucio fue sometido:
“falta de comida, frío, penitencias interminables contra una pared, golpes de puño en la panza que le provocaban vómitos continuos, golpes en la cara que le provocaron lesiones visibles, amenazas respecto de que no podía contar a nadie lo que vivía si no sería peor, no mandarlo al jardín por dos motivos: primero, para que no vieran las maestras sus lesiones y segundo, como forma de endilgarle castigo ya que disfrutaba de ir al jardín”[2].
También lo castigaban los días de lluvia: “A veces cuando estaba lloviendo se la pasaba desnudo toda la noche en el patio, tirado”[3 ].
Según se dijo en la entrevista, Espósito y Páez –feministas y abortistas, dedicadas al consumo y tráfico de drogas– necesitaban de la tenencia del niño para cobrar distintos planes sociales que ofrece el gobierno. El abuelo ya había explicado que la madre “cobraba el IFE y la tarjeta social, también tenía un crédito de Anses. Lucio para ella significaba plata”. Y además: “Nos imaginábamos que Lucito podía estar vendiendo droga en la calle siendo muy pequeño dentro de cuatro o cinco años. Sabíamos y la jueza sabía que la mamá consumía y vendía droga. La vida que llevaba era mala. Drogándose en las plazas de Santa Rosa (…) Aún así, le devolvió a Lucito a la mamá. Y fue el desenlace fatal para él”. Y también: “Con la firma esa en el expediente sentenció la muerte de Lucio”[4].
Al principio de esta historia, por insolvencia económica de la madre, Lucio fue asignado a sus tíos paternos. Posteriormente su situación mejoró, y es ahí cuando ella y su pareja iniciaron gestiones para su custodia. Presionaron y presionaron. Consiguieron un régimen compartido y, en una ocasión –aprovechando la cuarentena– evitaron restituir al niño a la casa de sus tíos. Finalmente, ante la familia agotada y sin recursos ante el pleito judicial[5], las lesbianas lograron quedarse con Lucio, un año y 3 meses antes del crimen.
En el hospital donde se atendió al menos cinco veces a Lucio por lesiones gravísimas tampoco denunciaron nada, y nada en el jardín o escuela donde concurría irregularmente, por decisión de su madre. Las voces de familiares, amigos y vecinos de Lucio no eran registradas en esferas institucionales; los intentos de protección no tuvieron eco en el Estado.
Ante una pregunta expresa del Dr. Castellano, Ramón Dupuy afirmó que no ha recibido ningún apoyo de la Secretaría de DDHH, del INADI, de Unicef, de las Abuelas de Plaza de Mayo, de Amnesty International o de Human Rights Watch . También reveló que el gobernador pampeano –Sergio Raúl Ziliotto– ha ignorado los pedidos de la familia, al igual que el obispo local Raúl Martín, quien no ha celebrado ni siquiera una misa en memoria de la víctima.
Finalmente, este 2 de febrero de 2023 se dictará la sentencia, que –acorde a la ley y a la justicia– debería ser de cadena perpetua. Ese mismo día, frente a los Tribunales en la ciudad de Santa Rosa –calles Perón y Uruguay– a las 9 de la mañana, tendrá lugar una gran manifestación para exigir justicia y castigo a todos los cómplices del martirio de Lucio Dupuy.
Lucio contabilizó varios ingresos al hospital antes de morir. Si quienes lo llevaban por lesiones no hubiesen sido dos lesbianas feministas sino un padre y una madre con crucifijo en el pecho, integrantes de la policía o de las FFAA, ¡qué no se habría hecho! Todos los engranajes del sistema se hubieran movido para que no le toquen ni un pelo. Todos los resortes hubiesen estado aceitados porque hoy estos mecanismos funcionan, en gran medida, como disciplina ideológica. Si un hijo de policías, militares o gendarmes hubiese muerto de forma tan trágica, tendríamos infinidad de portadas de Clarín, La Nación, Página/12, entrevistas, coberturas mediáticas las 24 horas del día; el periodismo estaría desglosando hasta el mínimo detalle y la indignación sería general.
Por el contrario, el estruendoso silencio de la mayoría de los comunicadores sociales al respecto –que contrasta con la enorme cobertura mediática del también horrible asesinato de Fernando Báez Sosa a manos de un grupo de animales– ilustra cómo los cobardes responden al despotismo feminista . Por cada artículo sobre Lucio hay 25 sobre Fernando: todos temerosos de decir que el Rey está desnudo, por miedo a represalias.
El asesinato de Lucio Dupuy no es el resultado de una serie de eventos desafortunados, imposibles de prever. Él es víctima por partida doble: por acción de los pañuelos verdes y del odio feminista hacia el varón (“muerte al macho no es metáfora”), y víctima por omisión de un sistema judicial y hospitalario genuflexo a esta ideología criminal, cuyos integrantes (asistentes sociales, médicos, jueces, abogados, funcionarios) no tuvieron el valor de denunciar, porque los responsables eran lesbianas.
Este fue un crimen lamentable y evitable, porque muchas alarmas sonaron antes del desenlace. Lucio sufrió tortura durante meses, un largo tormento (mordidas, golpes, quemaduras de cigarrillo) sin excluir el abuso sexual y el acceso carnal por vía anal con un objeto[6] . Pero los distintos eslabones de la cadena, a pesar de su responsabilidad como agentes del estado, prefirieron mirar para otro lado porque les faltaron –dicho en criollo– las agallas para defender a un pobre inocente de dos monstruosas drogadictas con el pelo corto, piercing, tatuajes y aritos.