Hay
quienes dicen no querer hacerlos o verlos sufrir; otros que, como padres, no
logran acuerdos sobre qué es lo mejor para cada hijo; algunos lloran frente al
“sos el peor/la peor/”. La mayoría llega con sensación de agotamiento y
frustración, sintiendo que realmente son los peores y sus hijos los van a odiar
para toda la vida.
Desde la
Terapia Vincular Familiar, se propone la idea de simetría en los hijos como la
causa que dificulta esta posibilidad de educar. Según esta teoría, los niños de
esta época nacen sintiéndose simétricos con los padres, esto significa que en
su inconsciente, padres e hijos están en un mismo nivel de autoridad, por lo
tanto, los padres no tendrían derecho a decirles qué hacer o que no hacer,
porque ellos son adultos (en su inconsciente).
Sobra
aclarar que esto no es así. Papá y mamá sí deben mantener un vínculo de
simetría para tomar las decisiones familiares más acertadas, pero con los hijos
esta relación es de complementariedad. Los padres dan o hacen por los hijos lo
que a estos les falta por ser pequeños e inmaduros en muchos aspectos.
Llegados a
este punto, los padres comprenden lo que ocurre, pero les cuesta asumir este
rol por miedo a perder el amor de los hijos y porque el agotamiento los lleva a
deponer las armas con tal de conseguir un poco de paz en el hogar. Lo cierto es
que bajar los brazos no es la solución y los berrinches o exigencias se vuelven
cada vez más exagerados y extravagantes.
El límite
es el mayor acto de amor que podemos tener con nuestros hijos. Y en este punto
me gusta comparar los limites en casa con las señales de tránsito, así logran
comprender mejor el objetivo de ser autoridad sin ser autoritario.
Las
señales de tránsito nos ayudan a conducir seguros. Una señal de contramano
indica que no puedo seguir avanzando, usar el cinturón de seguridad cuida mi
vida frente a un choque, las líneas en la ruta me dicen donde termina mi
carril, y así. Sin estas señales, cuando conducimos, nos sentiríamos inseguros
y miedosos, temerosos de cruzarnos de carril por error o producir un choque
frontal por doblar en la mano contraria a la indicada. Estas señales sirven
para cuidar mi vida y mi seguridad, como también las de los demás.
Del mismo
modo, en la familia, los limites y las reglas de convivencia, a los hijos les
dan seguridad y tranquilidad, saben donde empieza y termina el carril por donde
pueden circular, cuando una acción puede ser peligrosa y cuando es necesario
hacer lo que se les pide porque es lo mejor para ellos. Esta seguridad los hace
sentirse amados, cuidados y respetados.
De no
hacerlo, crecen con la sensación de estar solos y a la deriva. Sin un sostén
donde sentirse a salvo, no sólo de los peligros externos, sino de su propia
inmadurez y desregulación.
Poner
límites no tiene nada que ver con retarlos por todo, ni con ser autoritarios
donde “acá se hace lo que yo digo porque soy el padre/la madre”. Sino que tiene
que ver con enseñar lo que está bien y lo que está mal, con amor y respeto,
mostrando los beneficios de cuando se hacen las cosas bien (estudiar para una
prueba y aprobar) y las consecuencias que tiene hacer las cosas mal (jugar
hasta tarde y querer hacer la tarea cuando es hora de irse a dormir). No se
trata de poner penitencias o gritar para liberar el enojo, sino de mostrar que
nuestros actos “siempre” tienen consecuencias y está en nosotros elegir si
serán buenas o malas.
Educar en
estos tiempos no es tarea fácil. Las necesidades económicas hacen que las horas
de trabajo se extiendan más de lo necesario, las exigencias sociales hacen que
los niños desde muy pequeños tengan muchas actividades, en ocasiones las
familias de origen están lejos y a los padres les falta ayuda. Pero no es
imposible. El amor es lo que mueve a los padres a querer lo mejor para sus
hijos y es ese amor el que debe guiar a la hora de educar con ternura y
firmeza.
Lic. Luciana Mazzei
Orientadora Familiar