Referiré dos cosas sobre Juan Antonio.
Una, personal; otra, más importante, sobre el mismo ilustre fallecido.
En 1985 fui con mi amigo de la Facultad Leopoldo Sade a la Feria del Libro, en Buenos Aires. Fuimos el viernes, el día de la inauguración (¿o preinauguración?).
En el “stand” de Chile encontré el único ejemplar que habían llevado del libro El hombre, animal político. Principios e ideologías, publicado el año anterior. Creo que le gané de mano a Leopoldo, y me lo compré.
Yo había tomado la comunión hacía menos de un año, había dejado la UBA para ir a la UCA (ese año conocí allí a Beatriz, aunque no nos tratamos) y no estaba seguro de a qué me dedicaría; en realidad, de qué haría con mi carrera. Bueno: a ese libro le debo mi concretísima vocación por la Filosofía Política . Ese libro me acompañó durante décadas. Lo hice encuadernar por D. Guarino -el eximio artesano de El Palomar que me había recomendado mi amigo Gabriel Díaz , entonces laico- y lo leí y releí una y otra vez durante años.
En una oportunidad le expresé enfáticamente a Widow cuánto me gustaba su obra. En otra le dije que lamentaba no tenerlo conmigo en ese viaje, para pedirle que me lo firmara. Y, en verdad, lamento ya no poder tenerlo firmado por su autor. Pero lo relevante es que gracias a ese libro encontré mi camino en la vida intelectual. Y así lo puse en la dedicatoria de mi trabajo para el volumen de homenaje a este gran chileno (tan cercano a la Argentina y a los argentinos), que se publicó en 2005.
La siguiente importa más, porque vale más: porque tiene que ver con la persona de este eximio académico. Que no era sólo eso. Se puede contar en pocas líneas.
En una ocasión se cerraba un evento científico internacional con una comida. A la hora de tomar ubicación en la mesa, uno de los invitados extranjeros, lógicamente, quiso sentarse al lado de Widow. Pero al hacerlo una joven señora quedó en el extremo de la mesa -allí desde donde no se podía oír la conversación, ni participar en ella. Pues bien: Widow, que era el invitado estrella del evento y de la comida, se levantó y se fue él a la punta de la mesa, sin desairar a quien se le había sentado cerca, pero evitando que la joven colega pasara aislada la reunión . Fue él quien se quedó, solito, en la punta, durante toda la comida.
Tendría bastantes cosas más para contar sobre Juan Antonio -y varias que me involucran directamente. Pero ayer, cuando supe su fallecimiento, me acordé sólo de estas dos.
Especialmente de la segunda.
Sergio R. Castaño, 20/12/2024