La disputa entre la naciente España de los Austria y la Inglaterra profesante del protestantismo se remonta al siglo XVI. Ambas representaban diferentes concepciones del mundo y de la vida.
Cuando el Imperio Español empezó a desmembrarse los anglosajones se frotaron las manos creyendo que las pequeñas colonias en que se dividiría iban a caer como fruta madura en sus manos.
El Virreinato del Río de la Plata era estratégicamente vital y dos veces intentaron invadirlo. Fallaron. Cuando en 1.833 tomaron las Malvinas pensaron que ahí si lograrían nuestra sumisión y junto a los franceses intentaron navegar nuestros ríos interiores pero fueron rechazados por la granítica determinación de Rosas y Mansilla. Entonces comprendieron que nunca podrían doblegarnos por las armas y optaron por pagar dirigentes para convertirlos en sus agentes.
En 1.982 volvieron a sorprenderse con Carballo y sus halcones, los Giachino, los Estévez, los Castañedas y los Vázquez, a tal punto que tuvieron que hacer una ley que prohibe revelar el número real de sus bajas por cien años. Veteranos en el arte de la guerra, desde entonces siguieron con una tarea de demolición cultural de nuestra patria. Divorcio, matrimonio igualitario, ideología de género, aborto, todo lo fueron imponiendo con la ayuda de sus agentes locales. Quedaba sólo una causa que había que asfixiar hasta hacerla desaparecer. Y recurrieron como siempre a sus agentes.
Los militares hicieron entrar a los soldados por la puerta chica negándoles el reconocimiento que merecían. El marxismo cultural de Alfonsín ocultó todo acto de heroísmo y grandeza tratando de ridiculizar la gesta achacándola a las ínfulas de un general beodo. El neoliberalismo de Menem propuso la ridícula fórmula diplomática del paraguas sobre la cuestión de la soberanía para que los comerciantes ingleses vuelvan a hacer negocios tranquilamente en nuestro país. El kirchnerismo quiso hacernos creer que los enemigos de nuestros soldados eran sus propios jefes y no los británicos que los bombardeaban sin piedad. Para el macrismo Malvinas no es siquiera una parte importante de su agenda. Pero a pesar de la masonería, de sus millones, de sus agentes y de sus medios, a pesar de todo eso, no pudieron hacer olvidar Malvinas del corazón del pueblo argentino. Al contrario, el sentido de pertenencia de esas islas a nuestro país se ha acrecentado de generación en generación y hoy es, como afirma Kasanzew, la única causa capaz de unir a todos los argentinos. En ese sentido, Malvinas es un verdadero milagro político.
La sangre derramada por nuestro héroes no ha sido en vano. Hay una convicción irrenunciable en nuestro pueblo sembrada por el heroísmo de esos hombres. Tanto, por los que descansan en el Atlántico Sur como por los que volvieron. En vísperas de los 40 años de aquella gesta abogamos por mantener viva esa llama, la que alguna vez nos hará pisar felices ese suelo tan amado.